29 de junio de 2013

Vivir no es sólo sobrevivir.

Últimamente me ha dado por pensar, y eso es raro. Veo a toda esa gente caminando por la calle, dirigiéndose hacia su trabajo, pendiente de la rutina. No disfrutan el día a día. No quiero verme en un futuro igual que ellos. No quiero que en eso consista mi vida: trabajo y rutina.

¿Es para eso para lo que nos educan? Desde pequeños nos dicen que tenemos que prepararnos bien para el futuro. Nadie te dice lo que viene nada más echar a volar. Pueden contártelo de mil maneras diferentes, pero no te lo dirán directamente.

Siempre tienes que estar eligiendo entre blanco o negro ¿Por qué no puedo elegir amarillo? Porque aunque sea el color de la mala suerte, también es el color más vivo.Y eso es lo que quiero, sentirme viva.

Veo a esas personas tan inmersas en la rutina, que me llego a preguntar si son conscientes de que están vivas, que hay algo más que el trabajo.

Es aburrido realizar lo mismo todos los días. Y digo "realizar" porque a eso no se le puede llamar vivir. Supongo que ninguna de esas personas que veo por la calle eligió vivir esa rutina, pero en su mano está la decisión de hacer cada día algo especial. Aunque la mayoría no lo haga.

"Prepárate para tu futuro y te irá bien", pero, ¿qué hay de mi presente? Si pienso todo el rato en el futuro no podré disfrutar del ahora. Está bien prepararse para lo que venga y poder llegar a tener una buena vida, pero no sirve de nada si no la vives.

Vivir no es sólo sobrevivir, es disfrutar de cada pequeña sensación que te hace sentir vivo.




27 de junio de 2013

Un día como otro cualquiera.

Me levanto. Son las 8:30, aunque todavía tengo sueño a pesar de haberme acostado "pronto". Hago un gran esfuerzo por salir de la cama, hay muchas cosas por hacer y poco tiempo. ¡Tengo una hora y media escasa!

He decidido que primero voy a desayunar y después me ducho, sigo demasiado somnolienta para una ducha ahora mismo. Ya han pasado los cuarenta segundos del microondas y el pitidito que hace para avisar me está poniendo de los nervios. Me bebo la leche de un trago y me mentalizo para la ducha que me voy a dar.

No soy mucho de duchas matutinas.

Ni me molesto en secarme el pelo, no me gusta, y mientras me voy vistiendo pienso en cómo será el día de hoy, si me esperará alguna sorpresa. Ya voy por los zapatos, y mientras tanto, suena en mi iPod  A Thousand Years, y me sumerjo en sus notas.

Son las 9:30. Bien. Voy bien. Preparo la mochila con los patines, los conos y los protectores. Todo en orden. Miro el móvil para ver si hay algún WhatsApp, y me quedo más tranquila al ver que no es así.

Cojo las llaves y abro la puerta, esperando no hacer mucho ruido para no despertar a mi madre. Cruzo la puerta con el pensamiento de que me queda todo un verano para hacer lo que quiera con las personas que quiero. ¡Qué ganas!

Pero al segundo vuelvo a la realidad, No es así. Durante cuatro semanas -Repito CUATRO- me va a faltar una de las personas que más me importa y quiero: mi mejor amiga. Solo la tengo durante dos días aquí y después cruzará el charco para volver a mitad del verano.

Espero aprovechar este día que voy a pasar con ella, además de todos los que lleguen cuando la vuelva a tener a mi lado. Hoy es un día corriente. Puede pasar de todo y en realidad no pasar nada, o puede no pasar nada y que de verdad pase de todo.





24 de junio de 2013

De luto por un libro.

Imposible leerme un libro inmediatamente después de acabar otro. Simplemente no puedo. Y más si es el final de una saga o trilogía que me ha encantado.

Los personajes, la historia en sí misma sigue dando vueltas en mi cabeza durante unos días, y todavía no acabo de asimilar que ese libro que tanto me ha enganchado, con el que he sentido que vivía cada una de las páginas que contiene, haya puesto punto y final a la historia.  

Son sentimientos contradictorios; quiero empezar un libro nuevo para poder sumergirme en sus páginas, pero a la vez no puedo porque sigo pensando en la historia del anterior. ¿Extraño, no? No sé si a ti también te pasa, pero si es así me alegro porque creo que a todos los lectores que sienten la lectura les pasa eso.

Es curioso cómo un libro te hace abstraerte de la realidad de tal manera hasta el punto de querer vivir dicha historia y llegar a sentir un gran vacío cuando esa historia llega a su fin. 

Nunca estarás contento con el final, porque siempre querrás saber más acerca de esos personajes que de alguna manera ya forman parte de ti. ¿A ti no te ha pasado? Bueno, supongo que es cuestión de encontrar el libro adecuado para cada persona.




19 de junio de 2013

Dos niños, una promesa y un pequeño parquecillo.

Esta es la historia de dos niños, que se encontraron por casualidad un día en un parquecillo escondido. Y desde entonces todos los días juegan juntos.

Esta es la historia de dos niños, que todos los días juegan juntos en el mismo parquecillo. Y jugaron y jugaron y jugaron, hasta que vino la regañina de sus madres. Y aun así, siguieron jugando.

Esta es la historia de dos niños, que jugaron jugaron y jugaron, hasta cansarse. Y aun cansados, seguían jugando.

Esta es la historia de dos niños, que jugando se prometieron ser amigos para siempre, y que si algún día se perdían se encontrarían el uno al otro. Y jugando jugando y jugando, dieron validez a esa promesa.

Esta es la historia de dos niños, que se pusieron tristes porque uno de ellos se tendría que ir y no volver al pequeño parquecillo. Y con miradas tristes tristes y tristes, pasaron todo el día juntos.

Esta es la historia de dos niños, que fueron felices un último día, jugando en el parquecillo que los vio encontrarse. Y cuando cansados de jugar vino la regañina, se dijeron "Hasta pronto" con la mano.

Esta es la historia de dos niños, que crecieron crecieron y crecieron, hasta hacerse mayores. Y la promesa que se hicieron, quedó olvidada en lo profundo de sus corazones.

Esta es la historia de dos niños, que ya mayores, se recordaban el uno al otro sin atreverse a volver al pequeño parquecillo y cumplir la promesa.

Esta es la historia de dos niños, que de adultos formaron sus propias familias, sin acordarse apenas el uno del otro.

Esta es la historia de dos niños, que pasados treinta años, volvieron al pequeño parquecillo con sus hijos para que ellos jugaran en el lugar donde ellos jugaron jugaron y jugaron.

Esta es la historia de dos niños, que con el tiempo, sin quererlo ni pedirlo, pasados treinta años cumplieron la promesa que hace tanto se prometieron cumplir, y el pequeño parquecillo fue testigo de ese reencuentro.


14 de junio de 2013

Un encuentro casual.

Me desato los cordones, primero una zapatilla y después la otra. Hace un buen día, de esos en los que hay buena temperatura y hace un sol espléndido. Me encanta venir todas las tardes a este parque a patinar, hay poca gente y está bastante bien.

Saco los patines y, antes de ponérmelos, me coloco las rodilleras. Mientras me estoy poniendo los patines, levanto la cabeza y me encuentro a tres chicos pasando justo por delante de mí. Al unísono, los tres se giran y se quedan mirándome fijamente. uno de ellos, el que va en patines, me guiña un ojo mientras los tres pasan por mi lado. Yo me quedo atónita, aunque parece que la cara que pongo les hace reír.

Termino de ponerme los patines y me levanto. Ya sé a qué sitio ir. Es una pequeña plazoleta, en la que los pocos patinadores que venimos por aquí nos dedicamos a practicar piruetas. A muchos los conozco, más de una vez me han enseñado trucos e incluso a veces hacemos competiciones. A otros pocos solo los conozco de vista, y a alguno que otro le saludo cuando pasa por mi lado.

Hoy hay más gente de lo normal, aunque la mayoría son padres con sus hijos, y veo poca gente conocida. Decido empezar a practicar movimientos hacia atrás, yendo con cuidado para no llevarme a ningún niño con cuidado. Aunque lo veo un poco difícil, ya se me han cruzado tres y el último casi me tira.

Paso, voy a parar un poco a ver si esto se despeja de enanos. En este descanso improvisado, me dirijo hacia la fuente de agua que tengo a unos cien metros de mí para rellenar mi botella de agua y de paso refrescarme.

De repente oigo un ruido a mi derecha y por el rabillo del ojo veo una pequeña sombra rosa y al cabo de un segundo... ¡PUM! Me encuentro en el suelo, con magulladuras en los brazos y tengo encima a una niña de unos diez años. Está llorando a pesar de que he sido yo la que se ha llevado la peor parte ya que me he golpeado la cabeza.

Me llevo la mano a la zona donde me dado el golpe, y compruebo que no me he hecho sangre. Después me encargo de la niña que tengo llorando encima de mí. Observo que se abraza la rodilla. Ella, al contrario que yo, sí se ha hecho sangre aunque solo es un pequeño raspón.

Intento tranquilizarla y saco de mi mochila el paquete de clinex, y con  el agua le limpio la herida. Poco a poca la niña se va calmando y, sin levantar la vista de ella, escucho a alguien correr hacia nosotros.

-¡Lucía! ¿Estás bien? Te he dicho mil veces que tengas más cuidado cuando vas con el monopatín.- La persona que acababa de acercarse a nosotras coge a la niña y le sacude la arena que tiene en su pequeña falda color rosa.

Levanto la vista y me encuentro con un muchacho de mi edad, puede que un año o dos mayor que yo, con el pelo rubio corto y unos brillantes ojos verdes. Después de un rato, el chico deja a Lucía en el suelo y se fija en mí. Parece sorprendido. Tras un momento, me dice:

-Caramba, lo siento mucho. ¿Te encuentras bien? Perdona a mi hermana pequeña, todavía no controla muy bien el monopatín.- Me ofrece la mano y me ayuda a ponerme de pie. con los patines somos de la misma altura, con lo cual es bastante alto.

-No pasa nada, estoy perfectamente.- Consigo decir. Él dirige una mirada hacia el raspón que tengo en el brazo y yo oculto mi brazo detrás de mí.- En serio, estoy bien.- Su mirada hace que me sonroje.

-Hey hermanita - Dice, agachándose para hablar con la niña.- ¿Por qué no vas a donde mamá para que te limpie esa rodilla?.- La niña, con un pequeño chillido, sale corriendo en una dirección en la que no presto mucha atención.-Venga, déjame compensarte por la caída.- dice, dirigiéndose ya a mí.

-Mmmmm bueno, yo creo que si me invitas a un helado dejamos todo zanjado.- Sonrío. Y él me sonríe. Dios me encanta su sonrisa.

-Por cierto, no sé tu nombre.

-Primero invítame al helado y después intercambiamos nombres, ¿te parece?

Por toda respuesta, sonríe y me guiña un ojo. Y no sé por qué, pero presiento que ese es el primero de muchos.




Ser perfecto en un mundo imperfecto.

Cómo me gustaría que el mundo volviera a ser cursi. No como ahora, que nos creemos mayores antes de tiempo. ¿Nunca has tenido la sensación de que querrías vivir otra época? Yo sí, mil veces. Ahora todo va mecanizado, no hay sentimiento. Los "te quiero" se dicen sin pensar y al menor problema todo se viene a bajo.

Te llaman "santurrona" o "monja" por querer esperar a la persona adecuada, aunque para ello tengas que esperar más que ellos. Llaman raro a todo aquel que no sigue las modas, que hace lo que le gusta sin pensar en el "qué dirán".

Automáticamente te marginan por no ser como ellos. Simplemente me hubiera gustado nacer en otro tiempo, donde las cosas se hagan despacio y bien.

Ahora cuenta más la apariencia física que el intelecto, y se valora más a un cuerpo bonito que una personalidad interesante. Las palabras duelen como cuchillas y siempre es preferible tener una mentira en la boca y por ello caerle bien a todo el mundo, que decir lo que realmente uno piensa y ser rechazado. Lo que hace el grupo impera, y si te niegas a hacerlo, ya te puedes despedir de ser aceptado.

Te critican por todo y te juzgan por nada. Hablan más de la cuenta, sin saber nada más de lo que susurran los rumores, a pesar de que la realidad que ha debajo de ellos sea completamente diferente.

Da igual cómo seas, de cualquier forma te van a criticar sí o sí. Porque nunca serás los suficientemente perfecto para este mundo imperfecto.