31 de enero de 2013

Tarde de lectura

Pequeñas gotas de agua salpican los cristales de mi ventana. Llueve. Es un sonido suave, pausado, de esos que si cierras los ojos un segundo más de lo que deberías, te duermes. Las tardes lluviosas son las mejores, hay a quien no le gustan pero a mí me encantan.

Dicen que no puedes hacer nada productivo, que no tienes más remedio que quedarte en casa, encerrado y sin hacer nada. Se pueden hacer infinidad de cosas en una tarde como esta, puedes viajar. Porque en los días de lluvia hay un bonito sonido de fondo para leer.

Sí, has leído bien. He dicho leer, pero antes he dicho viajar. Ya, claro, pero para mí es lo mismo. Puedo ir a donde yo quiera solo pasando las páginas de un libro, o vivir las historias que a mí me de la gana, ser el protagonista de la aventura que quiera, y solo tengo que mover los dedos para pasar a la siguiente página y continuar el camino.

Soy incapaz de comprender cómo es que hay gente a la que no le gusta leer. "Vaya pérdida de tiempo, si quieres viajar, cómprate un billete de avión". Yo he viajado a más lugares con un libro que ellos con un billete de avión, y me ha salido más rentable. Cómo a estas alturas no te hayas dado cuenta de que me paso la vida entre páginas, yo que tú me replantearía eso de "ser inteligente".

Me gusta ese olor a libro que desprenden las páginas al pasarlas, esa pastosidad en la boca cuando ya llevas tiempo leyendo, como si te acabaras de despertar. Y odio que cuando estoy con un libro me llamen. Estoy leyendo. En este momento ni tu ni la realidad existís para mí, ni siquiera te oigo. Pero da igual, la gente te sigue llamando.

Mmm... Alguien debería crear un cartel que ponga: PELIGRO, PERSONA LEYENDO, NO LE HABLES PORQUE NO TE VA A HACER CASO.
Yo lo compraría.

Leer. ¿qué es leer? Muy sencillo. Leer es una vía de escape cuando todo se derrumba, leer es viajar a donde tú quieras sin moverte del sofá, leer es vivir lo que nunca vivirás en la vida real. Porque leer es soñar, pero a la vez es estar más despierto que nunca. Y es que es eso: leer es soñar con los ojos abiertos.



20 de enero de 2013

La hora de la función

Nervios.

Esa sensación que te recorre por toda la espalda. Que hace que tus manos se vuelvan sudorosas, y que tus rodillas se replanteen mantenerte en pie. Esos nervios que son tan traicioneros, que hacen que ciertas palabras no quieran salir de tu boca, o que tu mente se quede en blanco en un examen. O que te hace olvidar todo lo ensayado durante un año el día del estreno.

Lo que me está pasando justo a mí.
Justo hoy.

Llevo todo un año esperando este momento, y como me temía, queda un minuto para que salga a bailar y estoy bloqueada. Me encuentro detrás del escenario, donde todo el mundo está de aquí para allá, retocando el vestuario, buscando a otras bailarinas que tienen que salir a escena en cero coma. Ultimando los últimos adornos del vestuario, comprobando si el peinado está en su sitio.

Hay algunas chicas maquillándose, otras simplemente repasando los pasos. Siento que mi cerebro por fin se coordina con mi cuerpo e intento imitarlas. Bien, parece que ya me acuerdo de los pasos. No, espera. No recuerdo los últimos pasos del baile. ¿Y ahora qué hago? ¿y si me equivoco? ¿y si me caigo? ¿y si me quedo en blanco en medio del escenario? ¿y si...?

Sacudo la cabeza intentando que todas esas preguntas y dudas desaparezcan. Si mucho éxito. Me muevo en círculos para intentar calmarme. Funciona... A medias. Empiezo a agobiarme, la pieza que está sonando está a punto de acabar, lo que significa que pronto llegará la hora en que tenga que salir.

Es ahora o nada.

Ya empiezo a hiperventilar, y el corazón me va a mil por hora. Siento la cara ardiendo, estoy segura de que parece un tomate. Se acaba la música. Empiezan los aplausos. Y con ellos vuelve mi bloqueo.

Cesan los aplausos, y las primeras notas de mi pieza comienzan a sonar.
Es hora de salir al escenario.



11 de enero de 2013

¿Cómo ser valiente?

Noto ese escozor tan familiar en los ojos, las lagrimas quieren salir. Pero no salen.

Estoy recostada en la cama, de lado, y lo unico que oigo son los latidos de mi corazón. Parece que esta noche quiere salir de mi pecho.

Las lágrimas siguen ahí, detrás de mis párpados, pero no consigo hacerlas salir. Siento inmensa tristeza que empieza a salir de lo más profundo de mi ser y se extiende por mi cuerpo como si de agua se tratase. El traqueteo de mi corazon retumba dentro de mis timpanos y de momento solo oigo eso.

Quiero gritar, gritarle al mundo que no soy la chica tan valiente que todos creen. Que cuando ven que sigo con mis bromas y mis tonterías es para no hundirme mas. Que cada día me muero de preocupación por lo que pueda pasarle. Que me derrumbo por momentos cuando tengo que ser fuerte.

No soy infantil, al contrario, soy muy consciente de lo que está pasando. Me comporto asi porque de esa manera es mas fácil para mi afrontarlo, y menos duro para ellos. Tengo que parecer la niña dulce y despreocupada de siempre, asi da la sensación de que todo va bien.

Aunque me esté rompiendo por dentro.


2 de enero de 2013

La Primera vez que se jugó al escondite


Encontré esta historia por las redes  sociales y me gustó tanto que he decido subirla.

La primera vez que se jugó al escondite.


Cuentan que una vez, se reunieron en un lugar de la Tierra todos los sentimientos y cualidades de los hombres. Cuando el aburrimiento había bostezado por tercera vez, la locura, como siempre tan loca, les propuso:

— ¿Jugamos al escondite?

La intriga levantó las cejas intrigada y la curiosidad, sin poder contenerse, preguntó:

— ¿Al escondite? ¿Y como es eso?

— Es un juego,—explicó la locura,— en el que yo me tapo la cara y comienzo a contar de uno hasta un millón mientras vosotros os escondéis y cuando yo haya terminado de contar, el primero de vosotros al que encuentre ocupará mi lugar para continuar el juego.

El entusiasmo bailó secundado por la euforia, la alegría dio tantos saltos que terminó por convencer a la duda, e incluso a la apatía, a la que nunca le interesaba nada. Pero no todos quisieron participar: La verdad prefirió no esconderse, ¿para qué?, si al final siempre la encontraban; y la soberbia opinó que era un juego muy tonto pero en el fondo lo que le molestaba era que la idea no hubiese sido suya; y la cobardía, la cobardía prefirió no arriesgarse.

—Uno, dos, tres,...—. Comenzó a contar la locura.

La primera en esconderse fue la pereza que, como siempre, se dejó caer tras la primera piedra del camino. La fe subió al cielo y la envidia se escondió tras la sombra del triunfo que, con su propio esfuerzo, había logrado subir a la copa del árbol más alto.

La generosidad casi no alcanzaba a esconderse, cada sitio que hallaba le parecía maravilloso (para alguno de sus amigos): que si un lago cristalino, ideal para la belleza; que si la rendija de un árbol  perfecto para la timidez; que si el vuelo de una mariposa, lo mejor para la voluptuosidad; que si una ráfaga de viento, magnífico para la libertad. Así que terminó por ocultarse en un rayito de sol.

El egoísmo  en cambio, encontró un sitio muy bueno. Desde el principio lo encontró ventilado, cómodo, eso si, solo para él.

La mentira se escondió en el fondo de los océanos  ¡Mentira! En realidad se escondió detrás del Arco Iris. Y la pasión y el deseo en el centro de los volcanes. El olvido... se me olvidó donde se escondió, pero bueno eso no es lo importante.

Cuando la locura contaba novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve el amor aún no había encontrado sitio para esconderse pues todo se encontraba ocupado. Hasta que divisó un rosal, y enternecido, decidió esconderse entre sus flores.

— ¡¡Un millón !!— Contó la locura. Y comenzó a buscar. La primera en aparecer fue la pereza, solo a tres pasos de la piedra. Después se escuchó a la fe discutiendo con Dios en el cielo sobre zoología, y a la pasión y al deseo los sintió en el vibrar de los volcanes. En un descuido encontró a la envidia y, claro, pudo deducir donde estaba el triunfo. Al egoísmo no tuvo ni que buscarlo, él solito salió disparado de su escondite, que había resultado ser un nido de avispas.

De tanto caminar sintió sed, y al acercarse al lago, descubrió a la belleza.

Y con la duda resultó ser más fácil todavía, pues la encontró sentada sobre una cerca sin decidir aún de qué lado esconderse. Así fue encontrando a todos: el talento entre la hierba fresca; la angustia en una oscura cueva; la mentira detrás de El Arco Iris, ¡mentira!, si ya estaba en el fondo del océano; y hasta al olvido, al que ya se le había olvidado que estaba jugando al escondite.

Pero el amor no aparecía por ningún sitio. La locura buscó detrás de cada árbol, bajo cada arroyuelo del planeta, en la cima de las montañas, y cuando iba a darse por vencida, divisó un rosal y sus rosas.

Tomó una rama y comenzó a moverla cuando de pronto un doloroso grito se escuchó. Las espinas habían herido en los ojos al amor. La locura no sabía qué hacer para disculparse: lloró, rogó, le pidió perdón y hasta prometió ser su lazarillo.

Desde entonces, desde que por primera vez se jugó al escondite en la Tierra, el amor es ciego y la locura siempre lo acompaña.



1 de enero de 2013

Carta a aquellos que ya no están

Hola abuela, ¡Feliz Año Nuevo! ¿Qué tal te va por allí arriba? Espero que todo bien. Por aquí estamos todos bien. Mamá sigue sin saber cocinar muy allá y papá es el que ahora hace la tortilla de patata (pero la tuya era muchísimo más rica) aunque ha aprendido a hacer más cosas. El abuelo se las apaña bien, no para quieto, siempre tiene que estar moviendose. No te preocupes, nosotros cuidamos de él.

Estas Navidades se han hecho muy raras sin ti, se echa de menos tus croquetas, nadie las prepara como tú. También he echado en falta tus comentarios sobre mi pelo, cómo debería peinármelo para que se vieran más, que me sirvieras otro plato más aunque esté a punto de reventar.

Se me ha hecho muy raro que comiéramos las uvas y papá no se quejara de que tenía de más. Tú siempre le ponías catorce en vez de doce. Eso me recuerda a que siempre que había pimientos de padrón a él. Por cierto, sigue convencido de que eras una meiga.

Extraño mucho esas tardes en las que veíamos "Amar en Tiempos Revueltos" y después el abuelo tú y yo jugábamos a las cartas y tomábamos la merienda.

Ya ha pasado otro año desde que no estás, pero sé que siempre me estás cuidando desde allí arriba, que me consuelas de algún modo cuando estoy mal o tengo un día duro.

Te echo muchísimo de menos y cada día pienso un poco en tí, a veces me saca una sonrisa, otras me hace llorar. Pero el día que me reúna contigo te contaré todas las novedades que han ocurrido en tu ausencia con pelos y señales, y por fin podremos jugar esa partida a la brisca que te debo. Vete preparando porque te pienso ganar, ya me sé tus trucos.

Espero que en este nuevo año sigas cuidándome como siempre, porque yo me voy a acordar de ti como siempre.
Te quiere.
                                                                                                                                Tu nieta.