27 de mayo de 2015

Los finales asustan...

La semana pasada fue mi graduación.  Fue un día lleno de emociones, pues estábamos tristes y felices al mismo tiempo.

Felices, porque habíamos superado todos los obstáculos en nuestro camino para llegar a donde habíamos llegado; todo el esfuerzo que habíamos invertido valió la pena, los bajones, los lloros, el cansancio... Al final todo había pasado y conseguíamos graduarnos.

Tristes, porque eran muchos años los que dejábamos a nuestras espaldas; años de recuerdos, de risas y de juegos, años en los que habíamos hecho amigos y de los cuales pocos permaneceríamos juntos.

Esa tarde, al verlos a todos, felices y tristes, me di cuenta realmente de lo que aquello era; una despedida. Estábamos poniendo punto y final a una etapa muy importante de nuestras vidas, nos despedíamos de aquellos que nos habían acompañado durante todo este viaje, pues ya no podrían acompañarnos más.  Las paredes que nos habían visto crecer, los profesores que -en ocasiones- habían llegado a ser como nuestros segundos padres, las aulas, las tutorías... Todo eso se quedaba atrás.

Ese día nos preparábamos para comenzar otra etapa, algo nuevo y desconocido. Abríamos nuestras alas, listos para echar a volar, para dejar el nido y elegir nuestro propio rumbo.

Y era triste, triste porque esa etapa tan feliz que habíamos compartido se acababa, pero era bonito, pues algo nuevo se acercaba. Y nos daba miedo.

Los finales asustan, pero no tanto como los comienzos.